Autor: Pierluigi Chiassoni
Páginas: 361
Año de Edición: 2011
La interpretación constituye un banco de pruebas para el jurista. El
cultor del derecho que no sepa cómo interpretar no es un jurista: sean
cuales sean los esfuerzos profusos por asimilar las palabras de las
leyes, estudiar de memoria las opiniones de los doctores, fijar en la
mente las máximas incluso del último
tribunal de provincia.
Suele pensarse que la interpretación no puede constituir, hablando con
propiedad, materia de enseñanza: esto se debería a que la interpretación
vendría a ser un arte, un tener olfato, una intelección intuitiva, una
visión inspirada por la práctica o un resplandor alcanzado por la
experiencia.
Puede que todo ello sea verdad. No obstante, existe una parte, en la
interpretación jurídica, que cae bajo el dominio ordenador de la razón:
es el campo de los conceptos claros y distintos mediante los cuales un
acervo de fenómenos con nombres elusivos e inciertos encuentra su
explicación rigurosa; es el lugar de las técnicas y de las formas de
argumentación desarticuladas y reconstruidas sobre la mesa del analista,
a beneficio de cuantos prefieren no improvisar.